Páginas

11 de febrero de 2014

Mutación como sinónimo de adaptación

Contaba Carles Sentís en su libro Viatge en Transmisserià la idiosincrasia de la primera gran ola migratoria que llegó a Barcelona procedente de las regiones agrícolas de España. En las páginas de su obra habló de los murcianos que se incorporaron, en su mayoría, a las obras del Metro en los años anteriores y posteriores a la Exposición Universal de 1929, aquellos que llegaban después de más de 24 horas de viaje en autobús y se iban a vivir al barrio de la Torrassa de Hospitalet. Lo relevante de estos hombres y mujeres procedentes de la tierra de la huerta era que se transformaban a su llegada y abandonaban para siempre su identidad de murcianos, pasando a ser auténticos catalanes de habla, obra y pensamiento en tiempo récord (siempre se ha dicho que los auténticos catalanistas eran los murcianos y sus descendientes). Años más tarde Paco Candel recogió esto en su obra Els altres catalans y comparó a los emigrantes de la primera ola con los de la segunda haciendo hincapié en la asimilación del idioma. No había color: los murcianos del Transmiseriano ganaban por goleada a los andaluces del Sevillano. La gran mayoría de los primeros lo aprendieron gracias al contexto social y político que les brindó la Segunda República. Los segundos, en cambio, no llegaron a hacerlo.

Pero en todo siempre hay excepciones. Después de conocer el caso de José Azañeiro hemos dado con otro que va más allá. Es la historia de María Jesús López Ballesteros, una mujer que vino a parar a Cataluña sin quererlo pero que, una vez aquí, se integró como nadie lo ha hecho. Es más: no queda rastro de Andalucía en su personalidad.

María Jesús López en el jardín de su casa (FOTO: JAIME BLANCO)



UNA SITUACIÓN DURA 

María Jesús nació el día de navidad de 1942 en Granada capital. Tras vivir en los barrios del Cerro de Maracena y del Zaidín se trasladó a Maracena, a cinco kilómetros de su ciudad natal. Su padre fue un militar que no la reconoció, dejando a su madre soltera en el momento de su nacimiento. Aquí es donde empieza la historia catalana de esta mujer: "Mi abuelo materno obligó a mi madre a buscarse la vida y fue a parar a Parets del Vallès", cuenta. Se quedó en Granada con sus abuelos hasta que fue reclamada a los siete años. Y con su madre se fue, pero volvió al poco tiempo porqué "echaba de menos a mi familia y me puse muy enferma". Así se llegó a 1956, año en que volvió a ser reclamada por su madre ya con 14 años. Otra vez se fue a Parets y, esta vez, para quedarse definitivamente. "Todo fue contra mi voluntad", cuenta. Y tan en contra de su voluntad fue que la relación con su madre fue mala.

Con esta situación María Jesús empezó su nueva vida Parets del Vallès, por entonces un pueblo de apenas 3000 habitantes. Su madre se había casado con un catalán y ella, dada la mala relación que ambas mantenían, pasó a criarse con la familia de su padrastro. "Me acogieron como una más desde el primer día y les estaré siempre agradecidos", confiesa. No fue al colegio, sino que muy pronto se metió a trabajar. Primero entró en la histórica fábrica de la Linera  y a partir de aquí pasó por más industrias, entre ellas la de la joyería, la de la lejía y, como no, la textil. "Era lo que nos tocaba a los que no estudiamos", dice. Antes de jubilarse tuvo una tienda de productos dietéticos y en la actualidad da clases de yoga en el centro de la tercera edad del Parets.


TRANSFORMADA AL AÑO DE ATERRIZAR

María Jesús tuvo que luchar para adaptarse a su nueva vida y lo consiguió pulverizando todas las expectativas. "Los primeros pasos fueron duros", comenta. "No me gustaba nada mi nueva vida. Echaba de menos a mis abuelos de Granada y también el cielo andaluz, que siempre estaba despejado a diferencia de aquí". Pero lo cierto es que solo tardó un año en cambiar. "Como la familia con la que me crié eran catalanes de habla yo asimilé la lengua al año siguiente de venirme". Y explica que las clases las recibía, sobre todo, a la hora de comer: "Nos sentábamos en la mesa y mi tío me decía que le nombrase los utensilios: la forquilla [tenedor], la cullera [cuchara], el ganivet [cuchillo]...". Hasta que un buen día le hicieron el examen final, que fue pronunciar el conocido trabalenguas de los Setze jutges. "Me dijeron que si lo decía correctamente ya podía considerarme catalana", cuenta. Cabe decir que aprendió la lengua, como no podía ser de otra manera, en un contexto muy difícil para la cultura catalana como fue el Franquismo.


Pero no hace falta que diga el trabalenguas correctamente para considerarla catalana. También se impregnó del resto de cultura, como las celebraciones. Se confiesa una amante de las sardanas y dice que "más de una vez las he bailado y me gusta vestirme de pubilla". También le gustan los correbous y una celebración de su pueblo de adopción, la Pedra del Diable. "Se celebra cada año para las fiestas patronales y es un espectáculo maravilloso, quizá el más bonito que haya visto nunca", afirma con alegría. De la cultura andaluza, en cambio, poco ha conservado: "El gusto por la copla, que a veces la canto, y poco más". Unos gustos que no ha podido pasar a las siguiente generaciones. Está casada con un catalán y tiene un hijo que, según sus propias palabras, es "catalán, independentista y del Barça".


DESEA UN ENTENDIMIENTO

Puede parecer mentira, pero a María Jesús aún le queda algo de andaluza a sus 71 años y después de mutar en términos de identidad. Confiesa que se siente "catalana", pero que quiere "a Cataluña y a Andalucía". Y es más: le gustaría que hubiera entendimiento entre ambas culturas. "Ojalá se pueda establecer un puente de diálogo entre catalanes y andaluces y que solucione todos los conflictos que todavía hoy existen", dice con actitud reflexiva. Según su experiencia personal los catalanes no hablan mal de los andaluces pero, en cambio, sí ocurre a la inversa. "Es cierto que, en Parets, a los andaluces les llamaban castellufos de manera despectiva -comenta- pero a día de hoy son un colectivo normalizado, más si cabe después de tener a un andaluz como José Montilla en la presidencia de la Generalitat". Es aquí cuando explica que en algunos viajes a Andalucía a ver a la familia han habido rencillas: "Me preguntan cómo me tienen que llamar, si María Jesús o María Yesús", dice.

Quizá el ayuntamiento de Parets debió escucharla o leerle el pensamiento hace unos meses. El consistorio, presidido por el PSC, aprobó un hermanamiento con los pueblos jiennenses de Chilluévar y Santo Tomé alegando razones de historia compartida por todos los emigrantes que llegaron a la ciudad del Vallès Oriental. Se puede interpretar como un comienzo o como un gesto de buena sintonía. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario