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28 de febrero de 2014

Sea por Andalucía libre...

Por los que estáis allí 

Por los que os emigrasteis en busca de un futuro mejor 

Por los que pensáis, habláis y obráis en andaluz

Por los que lucháis día tras día por hacerla más grande

Por los hijos de los emigrantes que se sienten igual o más andaluces que sus padres

Por los que le cantáis en cualquier rincón

Por mi familia y amigos de Jaén 

Por los que trabajan en la riqueza de su suelo

Por Blas Infante, indiscutible padre de nuestra patria que siempre estuvo al lado de los pobres

...

POR TODOS VOSOTROS SEA POR ANDALUCÍA LIBRE, LOS PUEBLOS Y LA HUMANIDAD.






24 de febrero de 2014

Primer balance

Buenas tardes,

Veo que el blog sobre mi TFG va teniendo un seguimiento bastante grande. A día de hoy hemos superado las 500 visitas. Muchas gracias a todos, de verdad. Esto me da mucha energía.

El trabajo ha superado ya el primer apartado, que era el de conocer el proceso de integración de los emigrantes andaluces en su nueva vida en Barcelona. Después de varias entrevistas la doy por cerrada y ya me encuentro redactando el trabajo. Las conclusiones son muy positivas. Los emigrantes aportan la mano de obra que faltaba en la industria y de paso tienen una incidencia social y cultural muy importante que conoceremos en el siguiente apartado.

Quiero dar nuevamente las gracias de corazón a José, Antonio, María Josefa, María Jesús y Andrés por tener un pequeño intervalo de su tiempo para atender mis peticiones. En el tema que entra hablaremos de la implicación de los andaluces en la vida política catalana, haciendo especial hincapié en la elección de José Montilla como presidente de la Generalitat en el 2006. Al mismo tiempo trataremos el fenómeno de las fiestas andaluzas que se celebran cada año por la provincia de Barcelona.

Os sigo animando a que no os perdáis nada de lo que se irá publicando por aquí de ahora en adelante. Os hago un avance: esta semana saldrá la entrevista que hice a Eduardo Reyes, líder de la asociación Súmate.


Un fuerte abrazo a todos

18 de febrero de 2014

Tal y como cantó Antonio Alemania

¿Se es de dónde se nace o de dónde se vive? ¿Sé es según lo que se mama en casa? ¿Se puede elegir la pertenencia a una tierra libremente? A veces el mestizaje y la emigración plantea estas preguntas y, aunque parezca mentira, dan que pensar. En la anterior entrada hablamos de aquellos murcianos que poblaban la Torrassa de Hospitalet a principios del siglo XX. Llegaban como murcianos y poco tiempo después, ya sea por una adaptación llevada al extremo o para olvidar las miserias de su tierra natal, pasaban a ser catalanes de piedra picada (hablaban el idioma y se llegaban a identificar con opciones políticas catalanistas). Contrariamente, los hay que no se deciden, como el humorista Pepe Rubianes, nacido en Vilagarcía de Arousa pero criado en Barcelona: "Yo soy galaicocatalán. Galaico porqué nací en Galicia aunqué casi nunca he vivido allí y catalán porqué siempre he vivido en Cataluña aunque no he nacido aquí". Para la parcela que nos ocupa en este trabajo el cantaor Antonio Alemania muestra esta indecisión identitaria con su canción Dos idiomas, dos banderas: 


El caso de Antonio Alemania no es único en su especie. Se trata del eterno debate al que muchos hijos de andaluces, como yo, nos enfrentamos cuando se nos pregunta (a veces, todo sea dicho, con mala leche). Y en estas se encuentra Andrés Muela, el protagonista de la entrada que nos ocupa aquí mismo. Esta es la historia de alguien que, como Pepe Rubianes, es de su tierra de nacimiento y de adopción a la vez y  que, como Antonio Alemania, no tiene muy claro a dónde pertenece. 

Andrés Muela (FOTO: CEDIDA POR ÉL MISMO)

PARTE DE LA MAYOR OLEADA

Andrés nació en febrero de 1963 en Larva, un pueblo de la comarca jiennense de Sierra Mágina que apenas llega a los 500 habitantes. A los tres años se trasladó con toda su familia al barrio de La Planada de Sabadell, justo en la década en que llegan más andaluces a la ciudad vallesana (casi 14.000 según el IDESCAT). Ha vivido toda su vida en Sabadell, primero en La Planada y actualmente y desde 1971 en el Llano de Can Puiggener, pero tiene un marcado acento andaluz. Según explica, su familia decidió emigrar a causa del gran problema de la época: "En el pueblo no tenían trabajo y no se vivía bien", dice. Llegados a este punto "un tío materno ya instalado en la ciudad nos arrastró a mis abuelos por parte de madre, mis padres y mis hermanos". Es el efecto llamada que ya hemos tratado en otras ocasiones.

Confiesa que los inicios no fueron nada fáciles. Mientras él y sus hermanos estudiaban las jornadas laborales de sus padres no tenían fin: "Mi padre trabajaba en la construcción y mi madre cosía casi las 24 horas del día en casa. Se levantaba de madrugada y se iba a dormir a las tantas de la noche", dice  con emotivo recuerdo. Recuerda también su antiguo barrio como "un lugar tranquilo de calles sin asfaltar" y que en su casa "solo habían dos habitaciones y tenía que dormir todos revueltos". Eran los primeros pasos de una familia, los Muela, a los que años después de comenzar una nueva vida la suerte les sonrió. "A mi padre le tocaron 60.000 pesetas en la lotería y las invirtió en la entrada de un piso nuevo". La nueva vivienda estaba en el Llano de Can Puiggener, barrio en el que lleva viviendo más de 40 años.


APEGO ENORME POR ANDALUCÍA 

Andrés confiesa que en su casa se vivía "al estilo andaluz" y el hecho de haber ido y vuelto mucho de su lugar de nacimiento le ha reforzado como andaluz lejos de su tierra. Entiende el catalán pero no lo habla: "Me da vergüenza, lo reconozco. Solo alguna vez dejo ir alguna expresión como què passa noi para reírnos". Y en este sentido explica que tampoco se ha sentido obligado a aprenderlo: "En La Planada y en el Llano la gran mayoría de habitantes veníamos del mismo lugar. Y en el barrio de al lado, Ca n'Oriach, había muchísimos murcianos. Todos nos entendíamos en castellano". 

Vivir al estilo andaluz le ha hecho amar con locura su tierra de origen pese a no haber vivido nunca allí. Se define a si mismo como un amante de la música flamenca (algo que han heredado sus dos hijos de 23 y 19 años) y cuando le preguntan por su lugar de origen es muy claro: "Aquello está de puta madre, no hay más". Y aunque no hable el catalán ha asimilado otras costumbres de su tierra de adopción: "Me gustan los castellers. Antes iba mucho a verlos y aunque ahora ya no vaya tanto me siguen gustando", dice. Además, se siente identificado con un elemento emblemático de su ciudad como es el Centre d'Esports Sabadell. Ha sido entrenador del fútbol base del club y sus dos hijos han pasado por las categorías formativas arlequinadas. "El club tiene muchos socios que no son catalanes y ha sido un elemento integrador para los que veníamos de fuera", explica Andrés, quien después de muchos años y por cuestiones personales no sabe "si tenerle odio o cariño".

Por una parte está el haberse criado en Cataluña. Por otra parte, el haber nacido y conocido una tierra que adora. Es por eso que no tiene claro si definirse como andaluz o catalán: "A ver, teóricamente tendría que sentirme catalán porqué es donde he vivido y porqué mi mujer y mis hijos nacieron aquí. Pero uno no puede negar las raíces y menos cuando las aprecias", acaba reflexionando. 

11 de febrero de 2014

Mutación como sinónimo de adaptación

Contaba Carles Sentís en su libro Viatge en Transmisserià la idiosincrasia de la primera gran ola migratoria que llegó a Barcelona procedente de las regiones agrícolas de España. En las páginas de su obra habló de los murcianos que se incorporaron, en su mayoría, a las obras del Metro en los años anteriores y posteriores a la Exposición Universal de 1929, aquellos que llegaban después de más de 24 horas de viaje en autobús y se iban a vivir al barrio de la Torrassa de Hospitalet. Lo relevante de estos hombres y mujeres procedentes de la tierra de la huerta era que se transformaban a su llegada y abandonaban para siempre su identidad de murcianos, pasando a ser auténticos catalanes de habla, obra y pensamiento en tiempo récord (siempre se ha dicho que los auténticos catalanistas eran los murcianos y sus descendientes). Años más tarde Paco Candel recogió esto en su obra Els altres catalans y comparó a los emigrantes de la primera ola con los de la segunda haciendo hincapié en la asimilación del idioma. No había color: los murcianos del Transmiseriano ganaban por goleada a los andaluces del Sevillano. La gran mayoría de los primeros lo aprendieron gracias al contexto social y político que les brindó la Segunda República. Los segundos, en cambio, no llegaron a hacerlo.

Pero en todo siempre hay excepciones. Después de conocer el caso de José Azañeiro hemos dado con otro que va más allá. Es la historia de María Jesús López Ballesteros, una mujer que vino a parar a Cataluña sin quererlo pero que, una vez aquí, se integró como nadie lo ha hecho. Es más: no queda rastro de Andalucía en su personalidad.

María Jesús López en el jardín de su casa (FOTO: JAIME BLANCO)



UNA SITUACIÓN DURA 

María Jesús nació el día de navidad de 1942 en Granada capital. Tras vivir en los barrios del Cerro de Maracena y del Zaidín se trasladó a Maracena, a cinco kilómetros de su ciudad natal. Su padre fue un militar que no la reconoció, dejando a su madre soltera en el momento de su nacimiento. Aquí es donde empieza la historia catalana de esta mujer: "Mi abuelo materno obligó a mi madre a buscarse la vida y fue a parar a Parets del Vallès", cuenta. Se quedó en Granada con sus abuelos hasta que fue reclamada a los siete años. Y con su madre se fue, pero volvió al poco tiempo porqué "echaba de menos a mi familia y me puse muy enferma". Así se llegó a 1956, año en que volvió a ser reclamada por su madre ya con 14 años. Otra vez se fue a Parets y, esta vez, para quedarse definitivamente. "Todo fue contra mi voluntad", cuenta. Y tan en contra de su voluntad fue que la relación con su madre fue mala.

Con esta situación María Jesús empezó su nueva vida Parets del Vallès, por entonces un pueblo de apenas 3000 habitantes. Su madre se había casado con un catalán y ella, dada la mala relación que ambas mantenían, pasó a criarse con la familia de su padrastro. "Me acogieron como una más desde el primer día y les estaré siempre agradecidos", confiesa. No fue al colegio, sino que muy pronto se metió a trabajar. Primero entró en la histórica fábrica de la Linera  y a partir de aquí pasó por más industrias, entre ellas la de la joyería, la de la lejía y, como no, la textil. "Era lo que nos tocaba a los que no estudiamos", dice. Antes de jubilarse tuvo una tienda de productos dietéticos y en la actualidad da clases de yoga en el centro de la tercera edad del Parets.


TRANSFORMADA AL AÑO DE ATERRIZAR

María Jesús tuvo que luchar para adaptarse a su nueva vida y lo consiguió pulverizando todas las expectativas. "Los primeros pasos fueron duros", comenta. "No me gustaba nada mi nueva vida. Echaba de menos a mis abuelos de Granada y también el cielo andaluz, que siempre estaba despejado a diferencia de aquí". Pero lo cierto es que solo tardó un año en cambiar. "Como la familia con la que me crié eran catalanes de habla yo asimilé la lengua al año siguiente de venirme". Y explica que las clases las recibía, sobre todo, a la hora de comer: "Nos sentábamos en la mesa y mi tío me decía que le nombrase los utensilios: la forquilla [tenedor], la cullera [cuchara], el ganivet [cuchillo]...". Hasta que un buen día le hicieron el examen final, que fue pronunciar el conocido trabalenguas de los Setze jutges. "Me dijeron que si lo decía correctamente ya podía considerarme catalana", cuenta. Cabe decir que aprendió la lengua, como no podía ser de otra manera, en un contexto muy difícil para la cultura catalana como fue el Franquismo.


Pero no hace falta que diga el trabalenguas correctamente para considerarla catalana. También se impregnó del resto de cultura, como las celebraciones. Se confiesa una amante de las sardanas y dice que "más de una vez las he bailado y me gusta vestirme de pubilla". También le gustan los correbous y una celebración de su pueblo de adopción, la Pedra del Diable. "Se celebra cada año para las fiestas patronales y es un espectáculo maravilloso, quizá el más bonito que haya visto nunca", afirma con alegría. De la cultura andaluza, en cambio, poco ha conservado: "El gusto por la copla, que a veces la canto, y poco más". Unos gustos que no ha podido pasar a las siguiente generaciones. Está casada con un catalán y tiene un hijo que, según sus propias palabras, es "catalán, independentista y del Barça".


DESEA UN ENTENDIMIENTO

Puede parecer mentira, pero a María Jesús aún le queda algo de andaluza a sus 71 años y después de mutar en términos de identidad. Confiesa que se siente "catalana", pero que quiere "a Cataluña y a Andalucía". Y es más: le gustaría que hubiera entendimiento entre ambas culturas. "Ojalá se pueda establecer un puente de diálogo entre catalanes y andaluces y que solucione todos los conflictos que todavía hoy existen", dice con actitud reflexiva. Según su experiencia personal los catalanes no hablan mal de los andaluces pero, en cambio, sí ocurre a la inversa. "Es cierto que, en Parets, a los andaluces les llamaban castellufos de manera despectiva -comenta- pero a día de hoy son un colectivo normalizado, más si cabe después de tener a un andaluz como José Montilla en la presidencia de la Generalitat". Es aquí cuando explica que en algunos viajes a Andalucía a ver a la familia han habido rencillas: "Me preguntan cómo me tienen que llamar, si María Jesús o María Yesús", dice.

Quizá el ayuntamiento de Parets debió escucharla o leerle el pensamiento hace unos meses. El consistorio, presidido por el PSC, aprobó un hermanamiento con los pueblos jiennenses de Chilluévar y Santo Tomé alegando razones de historia compartida por todos los emigrantes que llegaron a la ciudad del Vallès Oriental. Se puede interpretar como un comienzo o como un gesto de buena sintonía.